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Es importante tratar de entender la razón de ser de las disidencias de las Farc y las reivindicaciones que persiguen. Más allá del narcotráfico, es claro que tienen motivaciones políticas. Análisis.
El filósofo francés Henri Bergson escribió: “De diez errores políticos, hay nueve que simplemente consisten en creer que lo que ha dejado de ser cierto sigue siendo cierto. Pero el décimo, que es probablemente el más grave, consiste en dejar de creer cierto lo que, sin embargo, lo es todavía”. Algo parecido está ocurriendo con las Farc. Durante muchos años, esta guerrilla fue romantizada por unos, que la veían como una especie de Robin Hood, y satanizada por otros, que la reducían a un grupo narcoterrorista.
Actualmente, el segundo sesgo prevalece en muchas declaraciones e informes que describen a las disidencias como simples bandas criminales. Para comprender ese sesgo es importante recordar que los primeros comandantes de las Farc que se declararon en contra del proceso de paz provenían de frentes guerrilleros involucrados con el narcotráfico, por lo cual no era descabellado pensar que, tras la firma del tratado, seguirían envueltos en ese negocio. A mi modo de ver, el anuncio de Iván Márquez, Jesús Santrich, el Paisa, Romaña y otros cabecillas de la desmovilizada guerrilla de retomar las armas justificaba volver a abrir el debate sobre sus motivaciones ideológicas. Sin embargo, la opinión pública dio por sentado que todos ellos no eran más que unos bandidos. Pero esa explicación no es completamente satisfactoria.
¿Y las motivaciones políticas?
¿Qué diferencia hay entre el Iván Márquez que se unió a la lucha armada a finales de los años 80 y el que, después de participar en las negociaciones de paz, decidió volver al monte? ¿Y qué hay de aquellos comandantes guerrilleros que se apartaron del proceso apenas firmados los acuerdos o antes de su firma? Aunque es posible que algunos hayan retomado las armas para escapar de la justicia, no hay que descartar de tajo las razones políticas.
Según ellos, el Estado traicionó el Acuerdo y por eso “se vieron empujados a retomar el camino del legítimo derecho a la rebelión armada”. Afirmaciones como esas son comunes en la historia de los conflictos armados. De hecho, en Colombia, muchos de los actos fundacionales de los movimientos guerrilleros ocurrieron después de una supuesta traición: Marquetalia, la UP y el bombardeo de Casa Verde son algunos ejemplos. Sería un error no verlo más allá de la retórica, pues las frustraciones y los rencores que engendran las traiciones suelen convertirse en convicciones.
Esa postura se veía venir, pues existe un dilema bien conocido en las negociaciones de paz: o las partes intentan obtener el máximo de sus reivindicaciones en el acuerdo o buscan negociar garantías para que las reivindicaciones que no pudieron incluir en los documentos sean incluidas en la agenda parlamentaria o en la Ejecutiva, tanto a nivel nacional como a nivel regional. En Colombia, las Farc no obtuvieron ni lo uno ni lo otro y el partido de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común no logró convencer a la gente de que por la vía democrática lograría lo que no logró por la vía armada.
Por otra parte, si bien desde el comienzo del proceso de paz, las Farc admitieron que no harían la revolución por decreto, muchos se quedaron con la duda de si seguirían pensando hacerla de forma pacífica o si realmente abandonarían la idea. De allí la insistencia de la disidencia de Iván Márquez en convocar una asamblea constituyente que les permita renegociar y recuperar lo que no pudieron incluir en los acuerdos y así mostrar mayores resultados a sus simpatizantes. Una constituyente era y sigue siendo percibida como una especie de salvavidas o de seguro para que puedan influir en el futuro político.
¿Hasta qué punto son diferentes las nuevas disidencias de las Farc y la antigua guerrilla? El hecho de que este movimiento haya estado involucrado en economías ilícitas y actividades criminales no implica que no existan motivaciones políticas importantes. “La lucha sigue”, escribió Santrich en su prólogo al libro de Iván Márquez. Debo aclarar que no pretendo justificarlas, presentarlas como víctimas ni hacerles apología.
Una explicación diferente
El filósofo René Girard propone que, desde las sociedades primitivas, todas las crisis se resuelven mediante chivos expiatorios. Esta idea me permite proponer una explicación distinta del proceso de paz y sus dificultades actuales. La paz se pactó sobre la base de una doble exclusión y una doble acusación: los elementos más radicales de cada lado —por un lado los uribistas y, por otro, los disidentes de las Farc— fueron señalados de ser “enemigos camuflados” de la paz y acabaron siendo excluidos o autoexcluyéndose.
La firma de los acuerdos fue posible gracias a consensos y compromisos que se establecieron de forma paulatina. Así pues, la paz se firmó sobre un equilibrio frágil y rápidamente los sectores radicales se volvieron tan visibles y ruidosos que el sacrificio de los chivos del que habla Girard no se pudo llevar a cabo. Como consecuencia, algunos excombatientes decidieron retomar las armas para seguir su lucha revolucionaria.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer decía que “toda la verdad tiene tres etapas. Primero es ridiculizada, después se le opone violentamente y, finalmente, se acepta como si siempre hubiera sido evidente por sí misma”. Hoy en día, muchos reconocen la existencia de las disidencias como si siempre hubieran sido evidentes. Ya sea que el actual Gobierno decida combatirlas o que el Gobierno entrante escoja negociar con ellas, es importante tratar de entender la razón de ser de las disidencias y las reivindicaciones que persiguen, pues, por anacrónicos que suenen sus discursos, ellas siguen teniendo motivaciones políticas. Negar esa realidad será, cuando menos, contraproducente.
Tomado de EL ESPECTADOR